Podcast "Padre Nuestro, Hijo Mío" - Capítulo 3: "Santificado sea tu Nombre" (P. Paqui)

"¿Qué esperan para ser santos?!" Escuchó Francisco en un santuario durante una peregrinación. Esa pregunta recaló hondo en su corazón y fue así como decidió ser "todo de Dios", atendiendo la
llamada de su vocación sacerdotal.


¿Tenemos conciencia de nuestro llamado a la santidad? ¿Entendemos la santidad como una misión para pocos o nos hacemos cargo de la importancia de ser santo en el día a día?


Francisco "Paky" Traverso tiene 33 años y es sacerdote. Ordenado el 3 de noviembre de 2018, se desempeña actualmente como Vicario en la parroquia Nuestra Señora de Las Mercedes ubicada en el barrio porteño de Belgrano. Durante toda su preparación al sacerdocio acompañó diversos espacios de jóvenes (sirviendo en colegios y grupos juveniles) así como también ayudó en distintos espacios de fe orientados a los sacramentos. Jesús sacramentado en el altar y la oración son los pilares que definen una vida que trasluce a cada segundo de su servicio la felicidad de atender el llamado a la santidad desde su vocación sacerdotal.


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Capítulo 3: "Santificado sea tu Nombre"


Santificado sea tu Nombre. 

Entonces, la primera enseñanza que podemos rescatar, es hacer propio, apropiarnos, de la santidad de esta palabra que, en primer lugar, deberíamos intentar escucharla, leer más sobre ella, empezar a pronunciarla, hacerla propia: la santidad.

Santificado sea tu Nombre. Este es nuestro primer llamado, nuestro primerísimo llamado, antes de ser religiosos, sacerdotes, monjas, matrimonios, padres, profesionales: la santidad. Muchas veces, este término no lo escuchamos, no lo pronunciamos, pero mucho peor, a veces ni siquiera lo tenemos en cuenta como propósito de vida, como fin y objetivo por el cual estamos acá, en nuestra vida. 

¿Para qué hemos venido? Para muchas cosas, pero lo primero es para ser santos. Lo primero es para vivir en santidad. Y, obviamente, acá tenemos que, aunque a veces nos cueste, hacer este paralelo: decir ser santo es lo mismo que ser felices. O sea, para nosotros la santidad implica tantas cosas tan grandes, pero tenemos que aceptar y tener la certeza de que la santidad para nosotros es sinónimo de felicidad y que no hay otro camino de mayor felicidad y plenitud para nuestra vida que la santidad, lo cual impregna todo: mis ámbitos y las dimensiones de mi persona. Todo lo hace florecer. Todo lo hace relucir para que haya una plenitud y una felicidad desconocidas para este mundo. 

La santidad, a apropiarse de esta palabra, a no esquivarla. A veces, es cierto, nos queda un poco grande. Un poco grande para pronunciarla. Decir: “Uy bueno, quiero ser santo. Bueno, vamos a ser santos, seremos santos”. Ni hablar, pero bueno, tenemos que tener claro que la santidad no es fruto de nuestras propias fuerzas humanas, porque sino sería imposible. Es fruto de abrir nuestro corazón a Dios y que Dios haga el milagro de la santidad en nuestra vida. Así que, por un lado, es el poder de Dios y la fuerza de Dios que lo hace, pero nosotros tenemos la tarea de abrir el corazón para que su gracia y su poder actúe en nuestra vida. Así que a apropiarnos del llamado de la santidad. Todo bautizado, todo  cristiano, está llamado a ser santo.

Algo muy particular del Padrenuestro y esta palabra, esta frase, en esta oración tan importante para nosotros, también nos habla de algo clave para la vida espiritual y la vida católica, la vida de fe, pero, por otro lado, para el camino de santidad. Dice: “Santificado sea tu Nombre”, o sea, propio de la santidad de este camino de seguir a Cristo es santificar el nombre del Padre. ¿Qué significa esto? Darle gloria. O sea, la santidad no quiere decir, simplemente, “Yo vine al mundo para solo hacerme cargo de de mi vida y solo que mi alma sea divina, espectacular, hermosa”, sino que la primera nota de la santidad es salir de mí mismo, no solamente embellecer mi corazón y que cada vez sea más reluciente mi propio corazón y mi propia vida. En el fondo, el primer paso, la primera nota de la  santidad, es mirar de cara a Dios, vivir de cara a Dios, buscar la gloria de Dios. 

Entonces, yo me podría preguntar “A ver, esto que estoy haciendo en tal ámbito de mi vida laboral, profesional o de estudios universitarios, esta relación, este chiste, esto que hago para divertirme, cualquier cosa, ¿Da gloria a Dios? O sea, ¿Con esto glorifico a Dios?” Pregunta fuerte, especialmente cuando uno lo despega de todo lo propiamente religioso. ¿Acaso tengo que dar gloria a Dios con mi vida? Exactamente, en todo, exactamente.

Entonces, el llamado de santidad y este “Santificado sea tu Nombre”,  primero nos pone de cara en que yo estoy aquí en la Tierra para darle gloria a Dios Padre. Porque Jesús vino a la tierra para que el mundo conozca al padre y que le den gloria. ¿Qué significa este llamado de santidad? ¿Qué significa esta primera vocación? Entonces, yo me tengo que preguntar, ¿Le doy gloria a Dios con mi vida? Primero que nada, lo pienso porque ya eso me hace salir de mí mismo y no es una cosa egoísta, egocéntrica y solamente de yo, yo y más yo. Si no que lo primero, es otro y el otro con mayúscula. Vivo para darle gloria a Dios, esto que hago le da gloria a Dios y acá se dan estas dos caras de una misma moneda. Si yo hago algo que le da gloria a Dios, ya sea lo que hago en mi trabajo y mis estudios, ya sea lo que digo a alguien, cómo lo digo, una corrección, una alabanza a alguien, felicitarlo, digo algo positivo, cualquier cosa, una manera de divertirme; si le da gloria a Dios, si es la voluntad de Dios, eso, necesariamente, me santifica. Porque en el fondo, el cumplir la voluntad de Dios siempre me hace bien a mí y le hace bien a los demás.

Entonces, qué importante es apropiarnos de la santidad. Nosotros no vinimos al mundo para ser buenos, no. O sea, no vinimos al mundo para ser uno más del montón. No, nosotros venimos al mundo para ser santos. Cristo no nos dio la vida en la cruz para que simplemente hagamos lo que podamos con nuestra vida y cumplamos algunas normas. No dio su vida en la cruz para que seamos simplemente buenos, para que zafemos. Él dio la vida en la cruz para que seamos santos. Ojalá nos animemos a apropiarnos de este término, de esta palabra, pero, especialmente, de este llamado. Teniendo claro que este llamado no es tanto por nuestras fuerzas, sino especialmente por el poder de Dios, que lo único que necesita es un “Sí, quiero ser un santo, Señor. Lo deseo con toda mi alma. Sí, acá te abro mi corazón. Dale para adelante”. Este camino de santidad no solo venía a embelleceme. Señor, quiero ser un santo de verdad. Quiero que ese sea el objetivo de mi vida.

Dios es tan grande que, al hacernos cumplir su voluntad, siempre es para nuestro bien, o sea, nuestra santificación. Y siempre que cumpla la voluntad de Dios me santifico y siempre hago bien a los demás.

Bendito sea Dios por su bondad. Bendito sea Jesús, porque nos enseñó a rezar el Padre Nuestro, bendito sea el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque quieren darnos una vida como la de ellos, una vida divina, una vida de santidad, una vida de una felicidad que es desconocida para este mundo, solo conocida por los hijos amados.


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