Podcast "Padre Nuestro, Hijo Mío" - Capítulo 1: "Padre nuestro" (P. "Pepe" Vallarino)
El padre José María
"Pepe" Vallarino es un sacerdote y teólogo de la Arquidiócesis de
Buenos Aires, ordenado en el año 1985. Su tarea pastoral estuvo siempre al lado
de los que sufren, especialmente al lado de los enfermos, y también se
desempeña como director espiritual del Seminario Metropolitano de Buenos Aires.
Escribió los libros "La Misericordia de Jesús" y "Los Enfermos,
Epifanías del Misterio Pascual".
A continuación, presentamos la
transcripción del episodio, que se encuentra disponible en Spotify.
Clic para escuchar el episodio
Capítulo 1:
"Padre Nuestro"
Me pongo a meditar con ustedes
el tema del Padrenuestro, y voy a trabajar el tema de las palabras "Padre"
y "nuestro".
La gran revolución del mensaje
de Jesús es venir a mostrarnos, a rebelarnos, con su vida, que Dios no es
alguien distante, lejano, inaccesible, el primer motor inmóvil de los
filósofos; sino que, para Jesús, Dios es abbá, su papá.
Los recientes estudios bíblicos
muestran que el mensaje central de Jesús no fue, como se decía en los años '70
o en la década del '80, el Reino, sino que todo el mensaje de Jesús, sobre todo
su vida, fue mostrar una relación con Dios como padre, como su abbá, que era
esa palabra aramea, del lenguaje materno de Jesús, en donde los niños hebreos
arameos decían a su papá "abbá", que literalmente significa "mi
papá", en posesivo.
En los momentos más importantes
de su vida, si ustedes se detienen a ir leyendo el Evangelio, tanto los
sinópticos como San Juan, Jesús se dirige a su Dios en oración llamándolo
"abbá", papito, papá, mi papá. Y nos enseña justamente eso, que
nosotros, en Él, en Jesús, somos hijos amados, predilectos. Jesús es el hijo
amado, y desde el momento de su bautismo por Juan Bautista en el Jordán, cuando
en el momento de bautizarlo se abre el cielo al comienzo del Evangelio y desde
la nube una voz dice "Este es mi Hijo muy querido, mi predilecto",
nosotros, en Él, somos hijos predilectos, amados de Dios. Y esto también
revoluciona mi relación con Dios porque, independientemente de lo que nosotros
hagamos, Él siempre nos ama, porque la esencia del Dios de Jesús es amor. Y es
un amor incondicional, no puede no amarnos porque su esencia es amor. Por más
que nosotros podamos alejarnos de Él o no, Él siempre está ahí.
Esto es la enseñanza de Jesús,
que se sintetiza en la parábola del padre misericordioso. Es el centro del
mensaje evangélico, ese padre que está continuamente esperando al hijo que le
pidió su herencia y despilfarró todo y se alejó de él, se fue de su casa,
despilfarrando toda la riqueza, todos los bienes del padre. Sin embargo, el
padre, todas las tardes va mirando el horizonte a ver si el hijo regresa.
Cuando lo ve llegar cansado, sucio, oliendo a cerdos, no lo espera, sino que es
a tropezones porque, imagínense un padre anciano que intenta correr y se
tropieza y cae, pero lleno de alegría lo quiere abrazar y se le cae encima y lo
estrecha contra su pecho. Ese es el mensaje de Jesús, que cada uno de nosotros
hemos sido creados por Dios para encastrar perfectamente una partecita original
y única, personal, para cada uno del pecho eterno de Dios, como Padre. Y que
nosotros podemos reposar nuestra cabeza en el pecho de Dios. ¿Quién de nosotros
no quiere descansar en un abrazo y descansar nuestra cabeza en el pecho de
alguien que me ama sin reproches, incondicionalmente? Todo nuestro amor, por
más desinteresado que sea, pone condiciones. No existe ningún amor humano que
no ponga condiciones, por más que sea desinteresado y sacrificado, como el amor
de una madre. Ese padre que revela a Jesús en la parábola es un padre que no
dice nada, que no reprocha, que no reclama. Simplemente hace fiesta porque el
hijo que se había perdido ha vuelto a la casa, ha sido encontrado.
Me parece que esto cambia
absolutamente nuestra realidad, porque cuando uno se siente así, amado
desinteresadamente, incondicionalmente, no puede hacer otra cosa que, en
reciprocidad, amar. Esa la experiencia de los santos, que en un momento
determinado tuvieran la experiencia, ese amor increíble de Dios providente, que
no podían expresar, inefable, y, por eso, en reciprocidad, ofrecieron su vida
como ofrenda de amor, entregaron su vida porque primero fueron amados. El
primer protagonista de mi vínculo con Dios, de la fe, de la religión, es el
amor de Dios, que no se cansa de buscarnos para cargarnos sobre sus hombros y
llevarnos a la casa del Padre.
Esto es así al final de nuestra
vida, porque en el último instante de la vida del cristiano, si hay algo que da
miedo a todo hombre es morir solo. El cristiano nunca muere solo. Porque en el
último momento de su vida, cualquiera sea la circunstancia de su muerte, va a
ser el mismo Jesús, como Buen Pastor, que nos va a cargar sobre los hombros y
nos va a llevar al corazón de su Padre a la casa paterna. El mismo Jesús, como
Buen Pastor.
Esto nos da una libertad
impresionante porque, si de verdad creemos, aceptamos y confiamos en ese amor
incondicional, el hombre que se sabe amado, así incondicionalmente, es feliz y
es libre. Entonces nunca se siente esclavo.
Les mando un abrazo grande. Esa
es mi experiencia. Ese es el Dios de Jesús. Es el Dios que comienza a enseñar a
rezar a ese discípulo anónimo en Lucas 13, que es el capítulo de la oración de
Lucas. Este discípulo lo ve rezar a Jesús. ¿Cómo debía ser el rostro de Jesús
para suscitar la pregunta "Yo quiero eso, enséñame a orar, quiero tener
ese rostro, quiero tener esa comunicación que vos tenés”? Jesús comienza
diciendo: "Cuando recen, digan Padrenuestro". Es un padre de todos,
no es individual. Es un padre mío, individual, pero que llama a cada hombre en
su corazón.
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