¿Dónde está Dios?
Observando la naturaleza y recordando algunas religiones paganas de la antigüedad, me puse a pensar cómo es que aquellas adoraban a los astros y en especial al sol. Admirando la creación me pregunté ¿Qué pasaba cuando el dios sol se ocultaba y caía la noche? ¿Dónde quedaba Dios? La respuesta fue clara, al mirar hacia arriba y ver la luna entendí que alguien más los acompañaba. Otro día, nublado y con lluvia me pregunté ¿Y acá dónde está ese dios? Miré hacia arriba y esta vez no vi nada pero tuve la certeza de que el sol seguía estando tras las nubes. Con mi cabeza hice el movimiento contrario y miré hacia abajo, y vi las plantas, a ellas la lluvia no les molestaba, y por el contrario, les agradaba.
Estas imágenes quedaron en mi cabeza durante muchos días, y buscando a Dios, descubrí una analogía con la fe.
El sol es como Dios, en un día despejado es claro y evidente en su esplendor, fácil de percibir su cercanía y su calor, y digno de ser admirado en su grandeza. El problema es que no siempre podemos verlo, percibirlo y hacerlo evidente, y ahí es cuando aparece la luna. La luna, como María, aparece en nuestra oscuridad, cuando más necesitamos algo de luz y de ese amor maternal. La luna, que no brilla por sí misma sino que refleja la luz del sol, recordándonos que él no se ha marchado; así como María refleja la luz de Dios y hace evidente lo que parece perdido. Pero todos hemos pasado por momentos aún peores, donde las nubes no nos permiten mirar ni reconocer el sol ni la luna. ¿Dónde se ha marchado Dios? Y ahí es cuando la creación nos demuestra y nos habla sobre un Dios que está presente. Esas plantas a las que no les molesta la lluvia sino que la reciben. La naturaleza, la creación que nos remite al Creador y hace evidente su presencia en la adversidad, en la oscuridad. Y citando a San Agustín, en sus Confesiones: "Entonces dije a todas las cosas que por todas partes rodean mis sentidos: Ya que todas vosotras me habéis dicho que no sois mi Dios, decidme por lo menos algo de él. Y con una gran voz clamaron todas: Él es el que nos ha hecho…"
En esta reflexión, quiero citar nuevamente a San Agustín, que en sus Confesiones escribe un texto muy conocido y muy profundo, en el cual nos explica dónde está realmente Dios. Cuando ya no lo podemos encontrar, ni en nuestra relación con Él, donde es claro y evidente; ni en María, que es la que la ilumina los momentos de oscuridad donde Dios parece no estar; ni en su Creación, que nos habla constantemente de Él; este texto puede orientarnos hacia dónde tenemos que apuntar para encontrarlo. "¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; guste de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y abraséme en su paz".
Por último, no debemos olvidar la frase de Blaise Pascal, que pone en boca de Jesús, en “El misterio de Jesús”: "Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado".
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