Un Lugar Para La Luz.



La nueva encíclica del Papa Francisco logra "sacarle el polvo" y complementar aquella dinámica que ya nos había propuesto en “Laudato Si”, en la cual retoma los conceptos que venimos rezando y pensando como sociedad pero esta vez desde otro enfoque y por supuesto en vistas hacia lo contemporáneo (que incumbe a un tiempo pandémico).

Entre los tantos puntos que la misma enumera, hubo uno en especial que me llevó a una relectura pensante, de esas que involucran hábitos propios o ajenos:

Se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable. Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás imponiéndose a la atención de los demás por sus tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y contradictorios.” Fratelli Tutti. Cap. 6 no. 200.

Francisco pone de relieve la necesidad de una construcción cultural del encuentro, utilizando como estandarte el diálogo. Pero yo me animé a preguntarme realmente ¿Qué es el diálogo? O, para poder entender mejor, ¿Qué es dialogar?

Estamos muy acostumbrados a que la globalización de ideologías “importadas” nos lleve a tener una vida parecida en todo el mundo. No solamente se nos intenta amoldar a “starter packs” ideológicos (que a muy pocos benefician) sino que también no hay lugar para la duda. Pasa algo en el mundo y automáticamente todos debemos tener una opinión formada y, por ende, ajustarnos a una u otra posición determinada.

Entonces, en esta puja de intereses de esos “poderosos invisibles”, el diálogo no encuentra su espacio sencillamente porque no conviene. No le damos espacio a la duda porque es más fácil que venga otro a ofrecernos una salida rápida, una solución a simple vista “desinteresada”. Disfrazamos el consenso como un intercambio dialogal fructífero; pero no es lo mismo. Uno consensua con el otro porque está parado en su posición para llegar a un acuerdo con esa otredad que está en otra posición diferente. Eso no significa que quiera buscar puntos de contacto entre el/ella y yo. Simplemente estoy desde mi lugar reconfortante gastando la energía en defender “lo mío” y en pactar una “tensión imaginaria” en la cual vos podes pensar como pensas y yo también, pero sin que te muevas de tu lugar porque sino me avasalla, me desconcierta y, en el peor de los casos, me va a requerir moverme a mi, cosa que implica un esfuerzo, y como todo esfuerzo no es nada cómodo.

Es así como vemos hasta “debates” políticos televisados en donde candidatos presidenciales se pierden en tangentes personales con el simple fin de generar memes que los dejen bien parados; y así recaudar más votos.

Sí, esto es real y pasa en este mundo.

Lo que yo me pregunto, volviendo al eje, es si estoy/estamos dispuestos realmente a dialogar. Porque dialogar no es pactar una “tensión imaginaria” protegiendo lo mío y lo del otro, sino más bien exponer mi vulnerabilidad para que el otro también se sienta libre de hacerlo. Pero no para aparentar humildades, no para simular que soy un cristiano abierto, sino para poder construir desde un simple hecho que parece simple y lo sabemos de memoria, pero a veces nos olvidamos: El hecho de que el otro, por ser humano, tiene la misma dignidad que yo, y por ende, algo de Dios tiene.

Y como tiene la misma dignidad que yo, puedo compartirle lo frágil que puedo ser. Y ese otro también. Y cuando nos damos cuenta, nos movimos de los “starter packs” ideológicos para hacer de la Cultura del Encuentro, propuesta por Francisco, un espacio habitable en donde esa fragilidad (y todas nuestras diferencias) se convierten en una riqueza estructural que puedo hacer práctica todos los días en mi día a día.

Ejemplos se me vienen millones a la cabeza, pero cada uno desde su contexto tendrá que tener en cuenta en donde puede hacerlos tangibles. Trabajo, casa, facultad, las mismas redes sociales…

La única pregunta que resta sería si me animo a construir esta Cultura del Encuentro desde el diálogo (que como ya vimos, no es un mero consenso), o si solamente me quedo haciendo monólogos ideológicos en todas las redes sociales que manejo o en cada encuentro que tenga con el otro; si esto que acabo de escribir se queda como una idea vaga estática en este Blog o si empiezo a trabajarlo.

¿Qué elegís vos? ¿Quedarte sentado en tu zona de confort con tus pensamientos o moverte escuchando al que piensa distinto? ¿Pelearte por cuestiones de poco relieve conceptual o encontrar los puntos de contacto desde nuestra fragilidad humana para así ser transformado por el otro? ¿Consensuar con la tensión imaginaria para que el otro vea que estoy mejor plantado o ir hacia el encuentro para mejorar, todos los días un poco, la realidad que te toca vivir?

Habrá que dejar de usar tantos “filtros” aparentando ser infranqueables, para volver al barro de nuestra esencia. Esencia que compartimos todos, y barro que moldeó un mismo creador, para construir desde la cultura del encuentro un lugar para la luz.

Comentarios

  1. Excelente!!!!! Mucho que reemplantearse en mi diálogo con el otro y como dejarme moldear!!!

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  2. Hermoso Mati.. me quedó con varias cosas q escribiste.. en especial esto que el otro tiene algo de Dios. Y si, claramente todos tenemos un poco de Él.. y la unica forma de encontrar mucho más de Dios es con el otro. Hermoso! Me encanto y me deja también pensando.. besote

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  3. cuantas guerras y cuantos males se evitarían si existiera un verdadero diálogo

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