“Fe con distanciamiento social… ¿Posible?”
Pandemia del Covid-19
“Fe con distanciamiento social… ¿Posible?”
¿Se puede
vivir la fe con distanciamiento social? Sí, estamos aprendiendo. ¿Se puede
vivir la fe solo, apartado? No. Entonces… ¿cómo logramos vivir la fe con otros
pero distanciados?
Esta
pregunta nos corresponde a todos los creyentes: ¿Cómo podemos vivir la fe
distanciados? ¿Cómo podemos vivir una fe, que es comunitaria, apartados de la
comunidad?
Hoy
estamos aprendiendo a lograr esto, vivir una fe con distanciamiento social. Sin
dudas, a todos nos es difícil estar alejados, aunque también vamos descubriendo
ciertas comodidades, como la Misa on-line o el evitar los viajes. Toda etapa
encierra cosas buenas y peligros. El Papa Francisco, durante la Misa del 17 de
abril, nos advertía del peligro de que el coronavirus favorezca una
religiosidad nóstica. Él remarcaba que “una
familiaridad sin comunidad, una familiaridad sin el pan, una familiaridad sin
la Iglesia, sin el pueblo, sin los sacramentos, es peligrosa”. También
expresaba que “Puede convertirse en una
familiaridad gnóstica. Una familiaridad desvinculada del pueblo de Dios. La
familiaridad de los apóstoles con el Señor siempre era comunitaria, siempre era
‘en la mesa’, signo de la comunidad, siempre era con el sacramento, con el pan”.
No debemos confundir comunicación con unidad. La tecnología que tenemos hoy en
día nos permite estar a todos comunicados, lo cual es increíble, pero no
permite que estemos unidos. Estoy citando mucho, pero este es un tema que gente
mucho más sabia ya reflexionó y merece ser citada. Anselm Grün (monje y
sacerdote alemán, doctor en teología, famoso por unir la espiritualidad
tradicional cristiana con la psicología moderna) habló, en una conferencia
realizada el viernes pasado, sobre la increíble conexión que logramos gracias a
la tecnología, pero la falta de profundidad que ocurre al comunicarnos a través
de esta. Él alentaba a que cuando volvamos a encontrarnos podamos ser más
profundos, podamos ser más “reales”, y no ser lo que se muestra en una pantalla,
simplemente. ¡Qué bien nos haría esto! Ser más reales, más profundos. Quizás
este tiempo nos sirva para darnos cuenta que mostrar una “pantalla” de lo que
somos, no sirve de nada frente a otros, y tampoco sirve mostrarla frente a mí
mismo.
Sin embargo, cuanto bien nos ha hecho la
tecnología para seguir encontrándonos, para poder continuar celebrando la Misa,
para poder continuar con los grupos parroquiales, para poder seguir en contacto
con cada persona. En un momento como este, donde tenemos que estar dentro de
nuestra casa, ver la imagen de una persona cercana que está pasando por lo
mismo nos hace muy bien. Esto también es vivir la fe en comunidad, atravesar la
misma situación y acompañarnos unos con otros, compartiendo la fe. En este tiempo
no tenemos que olvidarnos que la fe es comunitaria, que la fe se vive en
comunión y comunidad, como recordamos durante Corpus Christi. La fe no es
individual, Dios no es solo para mí, yo no soy el único que lo entiende o el
único que posee la verdad. Dios no me da algo malo a mí y al resto bueno, ni
viceversa. Este es un peligro de estar viviendo la fe solos, apartados… Por eso
es importante destacar y conservar la importancia de la comunidad. Cuando me
alejo, cuando me separo, dejando a la comunidad atrás, mi fe se empieza a
complicar y empiezo a postular mis propias ideas como si fueran un mensaje
único de Dios hacia mí, y para nadie más.
En este tiempo también debemos trabajar la
paciencia y el amor. Debemos juzgar menos y comprender más, debemos ser más
dóciles frente a esta situación. No debemos perder la esperanza y debemos estar
agradecidos… Porque así como yo quiero salir de mi casa, hay otros que darían
todo por tener una casa donde protegerse. Porque así como yo quiero “hacer la
mía” hay otros que están comprometidos con mí accionar. En este tiempo, no hay
que descuidar lo personal pero tampoco lo comunitario. Si yo digo vivir la fe
en comunidad, pero la comprometo en algo malo, ¿realmente vivo la fe en
comunidad? Y acá no caigamos en el error de creer que solo nuestra comunidad es
la que importa, porque frente a esto no se hace diferencia entre cristiano,
judío, musulmán, gente que cree en astrología, o ateos. Acá se trata de todos.
Vivir la fe en comunidad es también vivir amando a los otros, esto es, a todos.
Así como hablamos de no caer en el individualismo de la fe, tampoco caigamos en
el individualismo de lo cotidiano, de lo de todos los días. San Cipriano, en el
S. III, tuvo que enfrentar una peste ocurrida en el Norte de África, que se extendía
muy rápido y generaba muchas muertes. El pánico se apoderaba de todos los
pobladores y ellos huían. Todos buscaban evitar el contagio y abandonaban hasta
a sus propios familiares. Nadie se conmovía, ni siquiera por el hecho de pensar
que también les podía pasar lo mismo. Cipriano daba mucha importancia a las
obras de caridad e insistía en que no hay excusas para no ayudar al prójimo. Él
expresaba que la peste pone a prueba la rectitud y bondad de cada uno, y que
muchas veces no coincide nuestra idea y lo que decimos de Dios con nuestras
reacciones. El amor de Dios es desbordante, incluso, en momentos, es hasta
molesto podríamos decir, porque nos compromete, nos interpela. La fe no nos
hace inmunes a los problemas de la vida.
En resumen, la fe puede ser vivida con
distanciamiento social, y en este momento debe ser vivida así, porque
eso es también proteger a la comunidad. También hay que remarcar que esto no
puede ser eternamente así, no nos tenemos que acostumbrar, nos tenemos que,
simplemente, adaptar. La fe es de todos y no de uno, alejarme de la comunidad
compromete mi visión de y mi vida en la fe. Cuando podamos volver a
encontrarnos, la “superficialidad” de las pantallas debe ser destruida frente a
la “profundidad” del encuentro personal. Hay que pensar más en comunidad y
menos en lo individual, no soy el único que sufre esta pandemia, hay gente que
la pasa peor. Por último, la pandemia no nos exime del compromiso comunitario,
no nos exime de ayudar. Cada uno identificará su manera, dentro de sus
posibilidades. A veces, un gesto tan simple como un llamado puede cambiar el
día completo de una persona.
¡Ánimo
para todos! ¡La esperanza que nos da Jesús nunca se acaba! Hay que seguir
transmitiéndola.
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