Perdón
Regalo muy grande, dar gratuita y abundantemente, eso
significa “perdón”. En su etimología, compuesta por el prefijo aumentativo
“per”, que significa “con insistencia, muchas veces”, y por la palabra latina
“donare”, que significa “dar, regalar”.
Saber perdonar y
saber pedir perdón es uno de los desafíos más grandes que nos propone la vida,
sin importar la edad ni las experiencias. Saber dar gratuita y abundantemente y
saber humillarse para recibir ese regalo.
Perdonar es saber y
aprender a dar, pero no desde lo que nos sobra… Perdonar es saber dar todo lo
que tenemos, dar un regalo grande, que cuesta, que es arduo. Perdonar es
aprender a dar todo, como lo hizo la viuda pobre, dejando lo poco, pero al
mismo tiempo, todo lo que tenía (Lc 21, 1-4).
Ser perdonado no nos puede resbalar, no puede
sólo ser el sentimiento de ser liberado de una carga. Ser perdonado es recibir
un regalo que no merezco. Ahí nos tenemos que enfocar… No lo merecemos, y sin
embargo, alguien fue capaz de darnos todo lo que tenía.
Pedir perdón es de
las humillaciones más valientes jamás vistas. Pedir perdón de corazón, no
obligado como cuando uno es chico, es reconocer el error, el daño… Y a pesar de
todo, tener el coraje y la humildad de pedir este regalo tan grande, dejando de
lado ese orgullo que sólo agranda el error y el daño.
¿Cómo no perdonar
si uno también es perdonado? ¿Cómo no entregar ese regalo si nosotros también
lo recibimos? El libro de Jonás expresa esta situación tan humana a la
perfección. Jonás, que fue perdonado por Dios, se disgusta enormemente cuando
Él perdona al pueblo de Nínive, queriendo así que este no recibiera el mismo
regalo que él había obtenido. Esta actitud nos lleva a no comprender, si es que
se puede, al perdón. El perdón no acepta otra regla que no sea la del amor, la
de la misericordia. Sin duda, este regalo debe ser siempre entregado, siempre
dado gratuita y abundantemente, siempre dando todo y no lo que nos sobra.
Muchas veces
podemos llegar a hacer la pregunta de Pedro: “¿Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?
¿Hasta siete veces?” (Mt 18, 21), y Jesús siempre nos dará la misma
respuesta: “No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete.” (Mt 18, 22).
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