Jueves Santo: "¡¿Por qué a mí, Dios?!"
A veces, mientras vamos caminando la vida, nos encontramos
ante ciertas encrucijadas que nos paralizan. O nos obligan a paralizarnos, como
por ejemplo, la cuarentena que estamos atravesando.
Y se me vienen a la cabeza todos los proyectos que por ahí
tenía/mos cada uno desde su lugar durante todos estos días en los cuales nos
tuvimos que obligar a quedarnos en casa, y/o salir a trabajar sabiendo que
tengo que cuidarme para cuidar a los demás.
Esos planes pasaron a un segundo plano, pero no porque no
los hayamos podido concretar, sino porque la situación actual que vivimos como
sociedad nos rebalsó completamente, se nos escapó de las manos, y no quedó
otra.
Todos esos planes que tenías, la facultad que se te atrasó,
el laburo que en muchos casos es incierto y los objetivos, empujan fácilmente a
esbozar una pregunta que también integra muchas actitudes que habitualmente
concretizamos en muchas formas de actuar que nos lastiman y lastiman a los
demás: “¡¿Por qué a mí, Dios?!
La lógica de esta pregunta nos impulsa a pensarnos de la
forma más egoísta posible, ya que primero, ponemos a Dios desde el lugar de
titiritero feroz que disfruta de ver los cambios de planes y los males que nos
acontecen; y segundo nos ponemos en un lugar singular, en el cual no existe
NINGUNA otra persona en el mundo más que YO y MIS necesidades u objetivos
truncos.
A veces cuando hablamos del plan de Dios se nos escapan
muchas cosas y traslucimos que el plan de Dios es “este” o “aquel”. Sin
embargo, podemos esbozar, que el plan de Dios es que todos seamos felices en
Él, o dicho de otra forma, que seamos felices amándonos los unos a los otros
como Él nos ama (o por lo menos, eso es lo ¿poco? que podríamos decir y estar
de acuerdo todos).
Y Jesús quiso mostrar esto hasta el último segundo de su
vida. No se escondió, no se escapó, no estalló de rabia contra sus amigos
sabiendo cual iba a ser su destino ni tampoco actuó desde la rabia que a
cualquiera de nosotros le podría provocar un cambio de planes trágico. Pero trágico
de verdad…
Con esta misma lógica de ¡¿Por qué a mí?! No hubiésemos
tenido el ejemplo más grande de servicio. Hoy en día, mirándolo desde lejos,
Jesús en su humanidad se pudo haber preguntado eso. Pero su plenitud divina
también nos demostró que Él mismo se respondía su pregunta, agachándose y
lavándoles los pies a sus amigos. Partiendo el pan y compartiendo el vino.
La lógica del Jueves Santo no es quedarse en el gesto del
lavatorio de los pies y la fracción del pan peguntándome ¿Por qué me toca vivir
esto?, sino más bien tener la conciencia de que si me toca vivir este ahora,
este presente, lo tengo que hacer siempre sirviendo al otro.
Entonces ahí no te molesta tanto el cambio de planes. Porque
estás viviendo de forma plena tu presente, en el lugar donde te encuentres.
Laburando en el supermercado, haciendo guardias médicas, en tu casa conviviendo
con tu familia, estudiando a distancia, extrañando a esa persona especial que
no ves hace tres semanas y media o llamando a tus abuelos (si los tenes todavía)
entre otras tantas múltiples realidades que hoy nos convocan. Y esa ansiedad,
angustia, tristeza, amargura, nostalgia no son más que un motor que te ayuda a
valorar lo que estabas acostumbrado a hacer todos los días, para que cuando lo
vuelvas a hacer, lo hagas teniendo la conciencia de que el objetivo que más
amor desprende es el de servir al otro, mientras que lo demás son añadiduras
propias de nuestras características y personalidades tan distintas y hermosas
que Dios nos regaló. Y menos mal que es así.
Porque el día que vuelvas a salir,
el día en el que juguemos a trazar objetivos y querer alcanzarlos, te vas a
acordar que no importa tanto el resultado que esperas, sino a cuantas personas le
lavaste los pies con tu presencia, o a cuantas personas le diste de comer con
tu palabra de aliento. Pero lo mejor de todo esto es que no necesitas salir
ahora para ponerlo en práctica. Es ahora (más que nunca), cuando Jesús te trae
la vasija con agua a tus manos y te pregunta:
¿Me ayudás a lavarle los pies a tu
abuelo, que no lo llamás hace banda?
¿Me ayudás a compartir el pan de
la tolerancia y el vino de la paciencia, con tu familia en esta cuarentena?
¿Me dejas acompañarte y lavarte
los pies en el camino?
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